La estrategia de autoagresión

Desde los años en que Estados Unidos era solo un proyecto de imperio, la autoagresión, embozada para acusar al enemigo y agredirlo de forma mucho más destructiva y beneficiosa, ha sido una práctica recurrente cada vez que se considera conveniente.

Cuando se juzga a un acusado de un crimen, lo primero es revisar si ha cometido ese tipo de delito con anterioridad. Si hay pruebas de que no solo lo ha hecho, sino que, además, lo ha repetido muchas veces, la culpabilidad del acusado y su sentencia, están aseguradas.

¿Sería capaz el Imperio de perpetrar un ataque furtivo contra su propio personal diplomático o cualquier otro de sus aliados para culpar al gobierno revolucionario cubano o a terceros países, y acometer medidas agresivas contra nuestro pueblo que pudieran no sólo afectar su estabilidad política y económica, sino, además propiciar en el futuro formas más violentas de agresión contra Cuba?.

Nadie lo sabe a ciencia cierta, pero no estaría de más que repasáramos, a modo de sospecha, el abultado curriculum, o la hoja de vida, de los Estados Unidos en un tipo de crimen que sólo pueden perpetrarlo los imperios.

El curriculum auto-agresor del imperio

Para completar este análisis, veamos una lista parcial de los auto-atentados de Estados Unidos:

– En 1779, las fuerzas que luchaban por la independencia acusaron a unos combatientes de la Confederación Iroquesa de atacar una unidad del Ejército Continental –independentista—en el norte de Nueva York. Pero en vez de contraatacar a los iroqueses armados, las tropas continentales al mando de los generales Sullivan y Clinton, se dedicaron a asaltar las tiendas iroquesas, por la madrugada, para asesinar a cientos de niños y mujeres mientras dormían, la primera de las masacres que perpetró el incipiente Imperio. La nación iroquesa se había unido a los británicos para evitar el genocidio de que fueron víctimas unas décadas después de la independencia.

– En 1801, el naciente Imperio acusó a los barcos “piratas” de Trípoli de atacar a sus naves en el Mediterráneo. ¿Qué hacían las naves de guerra de un país que se había independizado hacía apenas dieciocho años a siete mil millas náuticas de sus costas? Después se descubrió que ese ataque había sido perpetrado por una pequeña nave yanqui, la cual lanzó un cañonazo contra una nave grande también estadounidense. Esto dio origen al Barbary Coast War que el Imperio, apoyado por otros países imperialistas de Europa, libró contra varios surreinatos otomanos en el norte de África, sobre todo Trípoli.

– En 1816, el general Andrew Jackson acusó a los españoles de La Florida por apoyar a los nativos de la nación Seminole que ayudaban a los negros esclavos a cruzar la frontera de Georgia-Florida para emanciparse. Era mentira. Eso lo hicieron varios nativos de la tribu Creek de Georgia, agentes de Jackson, para culpar a los españoles y justificar la invasión a La Florida, territorio que posteriormente fue vendido por el rey Fernando VII.

– En 1836, el general Sam Houston, jefe de los rebeldes tejanos, pudo ir en ayuda de los defensores de El Álamo, bajo el mando de los comandantes William Travis y Jim Bowie, pero decidió abandonarlos para que el mariscal Santa Ana los derrotara fácilmente con el objetivo de usar a esos cientos de muertos para justificar la separación de Tejas de México y luego la guerra de Estados Unidos contra ese país. Se cree que la decisión de Houston había sido planeada por los jefes militares de Washington. “Remember The Alamo” fue el grito de guerra de entonces, como medio siglo después seria “Remember the Maine”. Ambos fueron auto-atentados. El primero indirecto, o sea provocado, el segundo directo.

– En 1846, el Imperio acusó a las tropas mejicanas de atacar a sus soldados en territorio de Estados Unidos. Otra falsedad, pues el ataque tuvo lugar a orillas del Río Grande y la frontera entre Tejas y México. Las tropas mejicanas habían atacado a las norteamericanas en territorio mexicano, pero la mentira fue la justificación del Imperio para invadir a México y robarle el 54% de su territorio si incluimos el que ya le había despojado unos años antes –Tejas– que era, entonces, mayor que el actual.

– En 1893, Estados Unidos acusó a la reina Liliukalani de Hawai de planear la expulsión de extranjeros norteamericanos. Una mentira que el Imperio usó para armar una banda de mercenarios que derrocó a la Reina –quien no tenía fuerza armada, sino una pequeña policía y escolta personal–, y se alzó con el poder con el objetivo de declarar una falsa república que, cinco años después, se anexó al EE.UU., como había hecho Tejas medio siglo antes.

– En 1898, la nación norteña envió a La Habana el acorazado Maine con 800 toneladas de carbón bituminoso, altamente inflamable, casi el triple de la cantidad para un viaje a Cuba. El barco explotó el 15 de febrero, y murió más del 90% de su tripulación –260 marinos–, y solo dos de sus 18 oficiales, quienes justo en ese momento, se hallaban en la ciudad. No hay la menor duda, el barco pudo explotar por dos razones: una, que el carbón bituminoso hizo combustión espontánea y destruyó el arsenal lleno de pólvora del que sólo lo separaba una delgada pared metálica; o dos, que un agente del Departamento de Marina haya colocado una mina en el exterior del barco, junto al propio depósito de pólvora.

Se descarta que España o los revolucionarios cubanos realizaran un atentado más perjudicial para ellos que al Imperio. En la guerra que motivó aquella autoagresión entre el Imperio creciente y el decadente, España perdió sus posesiones ultramarinas, con excepción de las Canarias y las Baleares, aunque mantuvo todos los territorios peninsulares y otros en el norte de África. Había sido Teddy Roosevelt, Subsecretario entonces de Marina, quien insistió en que el barco fuese llenado de carbón bituminoso en la base marítima de Norfolk, a pesar de que este compuesto provocó, por combustión espontánea,  la destrucción parcial de varios barcos de guerra en menos de dos años.

– En 1915, EE.UU. utilizaba el barco de pasajeros Lusitania para enviar al gobierno de Londres grandes cantidades de armas y pólvora. Inglaterra, Rusia, Italia y otros países estaban enfrascados en la Primera Guerra Mundial contra Austria, Alemania y el Imperio Otomano; y Estados Unidos era neutral. El consulado alemán en Nueva York publicó un anuncio en The New York Times advirtiéndole al gobierno que no volviese a usar el Lusitania con ese propósito o sería considerado, de acuerdo al derecho internacional, no una nave de pasajeros, sino de guerra. El Imperio volvió a llenar de armas y pólvora al Lusitania. Los submarinos alemanes lo hundieron al sur de Irlanda, en mayo de 1915, y murieron 1,200 pasajeros, entre ellos 125 estadounidenses. El barco, con sus bodegas llenas de pólvora, hizo explosión y se hundió en 18 minutos. Esto sería usado por el Imperio casi dos años después para entrar en la guerra.

– En 1917, por la excelente labor de los líderes e intelectuales antiimperialistas, el pueblo de Estados Unidos estaba aún opuesto a la guerra. Entonces, los servicios de inteligencia estadounidenses y de Inglaterra inventaron lo que se conoció como el Telegrama Zimmermann, acusando a la cancillería alemana de haberle enviado un telegrama a su embajador en México, Arthur Zimmermann, para tratar que el gobierno del presidente Venustiano Carranza declarara la guerra a Estados Unidos –como haría la propia Alemania– con la promesa de que si la ganaban, se le devolverían a México los territorios robados por el Imperio (California, Texas, Nevada, etc.) La prensa norteamericana se ocupó de crear un estado de furia contra esa alianza México-Alemania, como diecinueve años antes había hecho contra España por lo del Maine, y así EE.UU. pudo entrar en la guerra. La clásica ignorancia del pueblo de Estados Unidos contribuyó al efecto de la patraña estadounidense-británica porque había que ser, realmente, muy necio para creer que el México anárquico de los diversos grupos de poder en 1917, que peleaban a muerte entre ellos, podía hacerle la guerra a un país unido y cien veces más rico y poderoso.

– En 1941, Japón atacó Pearl Harbor y Estados Unidos entró en la Segunda Guerra Mundial. Unos meses antes, el Imperio le había impuesto a Japón un bloqueo naval a todas luces inmoral e ilegal porque ambos países mantenían relaciones diplomáticas y esa era una agresión no provocada, o sea, la primera acción de guerra no fue Pearl Harbor. Después, el Imperio situó una parte de su armada en Hawai, amenazando a Japón con aumentar el bloqueo. Japón no tenía otra salida que responder y EE.UU. lo supo unos días antes porque la Inteligencia británica había descifrado el código secreto de la armada japonesa y lo hizo saber al Pentágono. Franklyn Roosevelt no hizo nada para proteger a Hawai y el resultado es bien conocido. Pearl Harbor fue el clásico auto-atentado indirecto o provocado.

– En agosto de 1964, EE.UU. acusó al gobierno de Hanoi por ordenar a varias naves patrulleras que le dispararan al destructor Maddox en aguas internacionales del Golfo de Tonkín; y dos días después, de ordenarle a otra patrullera que le disparara a una nave de guerra estadounidense en la propia zona marítima.  Después se supo –como reconociera Lyndon Johnson en sus memorias– que había sido el Maddox el que disparó primero contra las naves norvietnamitas y que el segundo incidente jamás había ocurrido. Fue una invención para fortalecer la versión del primer ataque. Unos días después, el Congreso aprobó la Resolución del Golfo de Tonkín que le permitió al Imperio entrar, de lleno, en la Guerra de Vietnam, la cual dejó como saldo la muerte de más de tres millones de seres humanos.

– El 11 de peptiembre del 2001 aconteció lo que todo el mundo conoce. El mundo entero sospecha que la culpabilidad directa de la Casa Blanca en esos atentados es incuestionable. No fue el más mortífero, pero sí el más infame y cobarde de todos los auto-atentados del imperio.

Auto-ataques para provocar reacciones y obtener ganancias, una historia que de forma cíclica llega hasta nuestros días.

Tomado de Razones de Cuba

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